La mañana, pacífica, con aires y retoños y
algunas hojas secas que vuelan, luego ruedan. De marzo, caluroso, la gente de
pantalones largos que merodea; hay quienes están perdidos, hay quienes sonríen
sin estar contentas, otros se apuran, otras casi no lloran. Nos vamos, venimos,
un “te amo”, un “avisame, estoy siempre”, “cuidate”.
La tarde, arde. Las salidas escolares, murmullo
juvenil y vuelta a casa. Las bicicletas, quietas, en el bicicletero. La roja,
la azul, la verde, otra roja, la de Clarita. Ahora ella, animada, pedalea y el
parque de amarillo le habla susurrando. Sonríe, sueña a gritos, en los árboles
ve monitos y unicornios y casitas de madera. En la gramilla acostada al sol,
juega con las hormiguitas, les habla y contestan, ríe de sus bromas. Las
zapatillitas blancas, se vuelven verde amarronadas. “Mamá se va a enojar”, piensa. Sin embargo, tanto no preocupa. Persigue una mariposa a toda velocidad,
ansia de despegar y sentir otras brisas con ella, voladora anaranjada, curiosa
y fugaz vida.
Hay personas y personas.
La noche, fría, negra. De marzo. Venimos,
volvemos. El cansancio. La duda, el misterio. Los gritos son llantos. El
silencio. Las bicicletas en el bicicletero. La roja, la azul, la verde y otra
roja.
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